Estamos
llegando ya al final de la segunda década del siglo XXI y el mundo
es muy diferente de como era en los años 70’. Cuando hablamos de
“el mundo” nos referimos a Occidente, una licencia que nos
tomaremos en este reportaje, sin olvidar lo injusto del término.
Sobre el mundo de la mencionada década de los 70’, dos bloques se
disputaban la hegemonía de los mercados, al menos así se cuenta
habitualmente en las aulas. Una década que empezaba a encarar el
final de la conocida como “Guerra fría” que enfrentaba a
Capitalistas y Comunistas.
Dicho
episodio, con la victoria de USA sobre la URSS en los varios campos
en que se disputaba esa guerra no siempre beligerante, fue muy
importante para entender el mundo de hoy en día. La victoria del
capitalismo sobre el comunismo significó mucho más que la
predominancia de un sistema económico y poderse comer una Big Mac en
la plaza roja de Moscú. Los modelos enfrentados no solo eran
económicos, de hecho eran, sobre todo ideológicos.
Sin
entrar en más detalles históricos ni análisi de los motivos del
triunfo, centrémonos en qué significa el capitalismo como concepto
y cómo nos afecta. Centrémonos ahora en aspectos conceptuales para
poder entrar en los prácticos más adelante. Planteemos una
pregunta: ¿Cómo influye el capitalismo en nuestra manera de pensar?
Nos
remontamos hasta el siglo XVII para conocer a John Locke. Este
pensador británico sentó las bases del liberalismo, doctrina de
pensamiento que el capitalismo adoptaría pocos años más tarde.
Dicho pensamiento tiene como pilar fundamental las libertades del
individuo. Ahí está la palabra clave, en el “individuo”. Dicha
concepción del mundo como la suma de individuos y no como la suma de
colectivos es algo que ha marcado mucho el mundo. Por eso en el
acervo colectivo cuando se habla de enfermedades se suele remitir a
casos que conocemos. Por eso es tan habitual (y útil) el uso de
ejemplos concretos en reportajes de publicaciones como esta para
explicar enfermedades.
La
problemática ante esto la plantean autoras como Susana Isoletta en
su trabajo hablando de la anorexia como una enfermedad social. Una
enfermedad a menudo recurrente en ciertos aparadores mediáticos y
que sale a relucir como tema de forma cíclica. Una enfermedad que
parece destinada a superar diversas fases de estereotipación. La
primera de estas, la de concienciar sobre que se trata de un
trastorno mental y no alimenticio parece ya estar llegando a su fin,
por eso autoras como Susana han empezado ya con esta segunda fase de
desestereotipación.
Ella misma habla en concreto sobre anorexia y bulimia como “ritos
fallidos de paso a la pubertad”.
Es
interesante enlazar aquí con la obra del anarquista Durruti que
definía a las cárceles como “cubos de basura de un sistema
socioeconómico determinado”. Puede parecer que no hay mucha
relación entre estas dos citas pero la hay. La competitividad que
tanto fomenta el capitalismo, la necesidad del triunfo, lleva a la
destrucción o privación de libertad impuesta a toda aquella persona
que no cumpla unos cánones previamente establecidos. Este sistema
tiene su máxima expresión en el sistema escolar, como exponía Ken
Robinson en aquella famosa charla de TED titulada “Las escuelas
matan la creatividad”.
La
competitividad, el mito del hombre hecho a sí mismo. Un sistema de
pensamiento que hecha raíces en un sistema económico diseñado para
favorecer a quien más tiene (como infinidad de autores han
demostrado a lo largo de los años, desde Marx hasta muchos
contemporáneos de hoy en día) y que se vale de iconos mediáticos
para reforzar esa idea. Las masas siguen alabando el éxito
empresarial de Amancio Ortega mientras la desigualdad económica en
España crece más que nunca. El “Informe de Estado de la Pobreza”
de la European Anti Poverty Network (AROPE) cifra en un 22,3% la tasa
de pobreza en España sin posibilidades de mejorar esta cifra a corto
plazo. Algo que tiene mucho que ver con la salud mental.
Claro
que está relacionado. La relación entre salud mental y situación
económica está directamente relacionada. No es casualidad que,
según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 75% de
los suicidios se producen en países de ingresos medios y bajos.
Tampoco es casualidad que en los últimos años la OMS haya declarado
que las enfermedades mentales han crecido como nunca antes, igual que
la desigualdad económica. La OMS cifra actualmente que más del 25%
de la población sufre alguna enfermedad de salud mental. Este dato,
que la misma organización apunta que revela un crecimiento sin
precedentes, ya tiene en cuenta los factores de no diagnosticación
en la salud mental de décadas atrás, dónde la ansiedad, por
ejemplo, no era reconocida como enfermedad, no por eso dejaba de
existir.
Si
hablamos de no diagnosticación también debemos hablar de
sobrediagnosticación. El ya mencionado Ken Robinson explica cómo en
la mitad oeste de USA se diagnostica mucho más el Trastorno de
Déficit de Atención que en la mitad este. ¿Son los niños de San
Francisco menos listos, o más nerviosos, o más alterables que los
de Nueva York? No va por ahí la cosa. Nuevamente esto obedece a una
lógica capitalista de la productivización del trato humano. La vida
en los estados del oeste en USA se rige mucho más bajo el paradigma
ultra-liberal de la escuela de Chicago (paradójicamente escuela de
un estado del este) y es eso lo que crea la concepción de las
enfermedades como “averías”. La deshumanificación que supone el
liberalismo que entiende el individuo como un producto, no como un
ser parte de un colectivo. Es por eso que esos productos, cuando algo
difiere en ellos respecto al modelo que se sigue en la cadena de
montaje (en este símil la cadena de montaje son las escuelas, los
trabajos, etc.) están estropeados, y son los fármacos las
herramientas que nos reparan. Cabe destacar que los fármacos más
usados en salud mental suelen ser derivados de las anfetaminas que
desestimulan los receptores neuronales para relajar el cerebro y
provocar actitudes más apáticas. Actitudes dóciles, de obediencia,
que siembran el escenario perfecto para la sumisión ante el patrón,
dando así la ventaja al amo frente al esclavo, usando la famosa
paradoja de la dialéctica de Hegel.
Esa
práctica de bipoder que nace ya con Hegel nos enlaza de nuevo con
Sussana Isoletta, pues son las etapas de mayor responsabilidad de
toma de decisión -adolescencia y vida adulta- donde más frecuentes
son las enfermedades de salud mental. De nuevo, los ritos fallidos de
pubertad se presentan como un ingrediente clave en el cóctel que se
mezcla con las presiones de la vida laboral, en la mayoría del mundo
recordemos, una vida de explotación laboral. De nueve el suicidio
termina siendo el símptoma final de los males de la enfermedad del
capitalismo. En España, pese a la silenciación mediática que hay,
se da un intento de suicidio a cada hora según la revista de
Psiquiatría y Salud Mental, pero no existe ningún programa de
ámbito nacional de prevención del suicidio.
Por
que sí, el suicidio se puede prevenir. Existe en España la
Asociación de Investigación por la Prevención del Suicidio, y es
esta misma la que denuncia la falta de medidas de salud pública para
ello. Porque no olvidemos que pese a vivir en la España de 2017, en
teoria en democracia, el liberalismo es la ideología con la que
mejor sobreviven ocultos los vestigios fascistas del régimen. Tal y
como decía Vladimir Ilic “el liberalismo es el mejor paraguas para
el fascismo”. Por eso el suicidio conviene a las altas clases
económicas, porque no es un problema suyo, al revés, es la via de
limpieza perfecta para una sociedad sumisa, pues aquellos
“disidentes” terminan por eliminarse por sí solos. Ante todo
esto es importante concebir el suicidio como una enfermedad social,
tal y como lo describe Émile Durkheim. El mismo Durkheim observó
como las comunidades judías de francia de medianos y finales del
siglo XIX, con mayor cohesión y responsabilidad social tenían
muchos menos suicidios que las comunidades católicas. Además las
católicas tenían también menos suicidios que las comunidades
protestantes, que recordamos, elimina intermediarios y individualiza
el contacto con Dios. Una vez más sale a relucir el individualismo
como clave en la salud mental. Foucault también apuntaba como el
sistema capitalista tiende a aislar al trabajador en su hogar,
incluso una vez en casa aislarse en el cuarto, por lo que está más
que demostrado como el capitalismo está destinado a dividir a la
sociedad.
Esta
sociedad capitalista, que ya hemos definido como individualista,
tiene en el consumismo y materialismo otros de sus pilares. De nuevo
la máxima expresión de estos fundamentos la encontramos en
adolescencia, donde la necesidad de pertenencia a un grupo se ha
traducido en una alineación al más alto nivel. En gustos musicales,
formas de vestir, modos de ocio y demás, la adolescencia es cuando
más actúa en función de ese deseo de pertenencia a un colectivo.
La
literatura que expone que el capitalismo es un sistema económico que
causa serios perjuicios en la salud mental de la población es aún
más extensa que la que hemos visto. Vayamos a poner un ejemplo.
Hagamos un ejercicio de imaginación y para eso vamos a dar vida en
nuestras cabezas a Pedro.
Pedro
nació en un humilde y céntrico barrio de Barcelona, el Raval. Pedro
es negro. Cuando empezaba a razonar a Pedro le parecía curioso que
se refirieran a él como “de color”, pues los blancos también
son de color blanco. La madre y el padre de Pedro decidieron educarle
en los valores que mejor consideraron, por eso Pedro ha creció
siendo educado en el amor a los animales y a la naturaleza siendo
vegano. Eso nunca le ha supuesto ningún problema de salud física,
en ese campo siempre ha crecido sano, su dieta no ha significado
ningún problema en ese aspecto. Con unos poquitos años y con el
constante bombardeo publicitario a Pedro le parece curiosos ver que
hay muy poca gente en los anuncios y que salga por la tele con su
color de piel. Además en los anuncios de comida hay mucha carne y a
gente se la come y les sienta bien. Cuando empieza a ir a
restaurantes con amigos, tiene problemas para encontrar algo en el
menú que le apetezca, pues cree firmemente en los valores que
propone la postura ética y política del veganismo. Además, con
pocos años empezó a escuchar comentarios en tono de burla sobre lo
que comía, aunque no le molestaban ni la mitad que las actitudes
racistas ante las que se había encontrado muchas veces. En la
escuela no se termina de sentir cómodo con muchas actitudes del
grupo de chicos que tiene como amigos. Tampoco le gusta hacer gala de
fuerza física en juegos como el fútbol.
Aquí
encontramos ya dos factores por los que Pedro se siente diferenciado
del resto. El primero, el consumo de comida que la mayoría de gente
hace sin preguntarse de donde viene lo que comen, simplemente ven
ofertas de hamburguesas de franquicias que son grandes
multinacionales y la gente las consume sin preguntarse si los
animales han tenido una vida digna, y si alguna vez saca el tema a
nadie le importa lo suficiente. Además, ha tenido que escuchar
muchas veces calificativos como “mono”, soportar tópicos como
“cuando crezcas tendrás el pene muy grande que suerte” y demás
comentarios racistas. Aunque estos comentarios no sean de la mayoría
de la gente a él le afectan pues no llega a entender como puede
molestarle a alguien el color de su piel. Pedro se sale de los
cánones de normalidad y de consumo de la sociedad moderna y eso le
convierte en alguien con algunas dificultades.
Cuando
crece un poco y empieza a entrar en la pubertad empieza fijarse en
las chicas. Sale algunas noches y, mientras se ríe con bromas del
tipo “entre la oscuridad solo te veo los dientes” por no perder
el tiempo discutiendo, se besa con chicas y se va a la cama con una.
Empieza a descubrir la sexualidad de su cuerpo y le gusa la
experiencia. Un día, también en una discoteca donde algunas
personas agarran más fuerte sus pertenencias porque creen que les
robará aunque nunca ha hecho nada parecido a robar, liga con un
chico y tras acostarse con él concluye que también le gustan los
chicos. Cuando lo comenta con amigos a todos les parece raro. En las
novelas que ha leído y las series y películas que ha visto no hay
nadie que le gusten hombres y mujeres. Cierto es que en las películas
antiguas que había visto casi no aparecía nada parecido a la
homosexualidad, pero en las modernas sí.
Esta
confusión se le da porque la sociedad ha evolucionado desde la
absoluta homofobia en la que antes estaba sumida hasta un punto donde
se ha podido aceptar la binariedad sexual hetero-homo, incluso
llegando a crear una marca gay con productos, ropas, referentes
icónicos, etc. Pedro ve esos referentes de masculinidad homosexual
con cuerpos de renacentista perfección en carrozas del orgullo gay
en imágenes de televisión y termina por adoptarlos como referentes.
Por eso se apunta a un gimnasio.
En
el gimnasio consigue dar algo más de definición a sus músculos
pero no es suficiente. Por una vez tiene la oportunidad de encajar en
lo que ve y siente la necesidad de conseguirlo. Por eso deja de
desayunar y reduce la cantidad de las cenas a una pieza de fruta. A
todo esto, ha notado como algunos amigos y amigas se han distanciado
un poco de él cuando ha hablado abiertamente de su sexualidad, tal
vez el físico sea una oportunidad para volver a gustar a la gente.
Empieza a estar triste, no duerme por las noches y duerme hasta tarde
por las mañanas. Eso le perjudica en el bachillerato, al que le ha
costado un par de años de más llegar porque no es muy bueno
memorizando cosas. El baile, que se le daba muy bien, solo le valía
para una nota de educación física que era insuficiente para pasar
los cursos al ritmo habitual. Finalmente le diagnostican una
depresión, pues no le gusta estudiar pero se había metido en unos
estudios postobligatorios que le garantizarían el acceso a la
universidad para poder tener un trabajo muy bien remunerado. Al menos
eso reflejaban las series de instituto americanas dobladas que
emitían las televisiones comerciales. Pedro sale de la depresión
después de dos años, con ayuda de medicación. Recuerda como le era
imposible concentrarse mucho tiempo en algo concreto cuando se estaba
medicando. Ha ganado algo de peso por la medicación, así que se
vuelve a proponer ir al gimnasio.
En
el gimnasio vuelve a moldear su cuerpo poco a poco. Demasiado poco a
poco, se ve en el espejo y no se gusta porque no se parece a los
cuerpos de los futbolistas cuando se quitan las camiseta, así que
vuelve a restringirse algunas comidas. En los vestuarios sigue sin
sentirse nada cómodo con muchas de las actitudes de los otros
hombres, que constantemente le hacen comentarios sobre su miembro
viril combinados con el color de este. No está llegando a gustarse
lo suficiente y empieza a vomitar algunas comidas. Pedro cae en una
anorexia. Pasará tiempo ingresado, pues al tener tendencias
depresivas es un caso complicado. Pero se curará. Se curará él, la
sociedad seguirá igual.
En
el transcurso del tratamiento ha descubierto algo muy importante.
Nunca se llegó a gustar a sí mismo porque se ve en el espejo como
un hombre pero se siente una mujer. Esto es una gran revelación para
Pedro que tras unas hormonas y unas larguísimas gestiones
administrativas cambiará su nombre por Ángela. Siempre había sido
una mujer pero nadie, ni ella misma, se había dado cuenta de ello
porque tenía un pene entre las piernas. Cuando consigue pasar por
quirófano se ve mejor. Se siente mucho mejor. Se ve y se siente
mejor consigo misma, con la gente que sigue agarrando sus
pertenencias cuando pasa cerca, le llama prostituta de distintas
maneras -todas peyorativas- y cuando en entrevistas de trabajo donde
casi nunca consigue el puesto parece que importa mucho no solo si es
una mujer, a menudo necesitan verificar que es una mujer “de
verdad” por aquello que según lleva siglos diciendo la iglesia
católica hace mujeres a las mujeres, tener hijos biológicos.
Ángela
sigue desencajando y generando incomodidad solo con su presencia.
Nunca llega a acostumbrarse pero consigue sobrellevarlo. Mantiene un
amigo de la adolescencia. Un día va a una fiesta con esos amigos a
la zona alta de la ciudad. Nunca pensó que con tan pocos kilómetros
de diferencia podría haber mundos tan diferentes. La gente habla de
cosas que por el dinero que cuestan ella nunca se ha llegado ni
siquiera a plantear. La gente se emborracha mucho, toma mucho alcohol
y alardea de ello. Ella solo toma una copa, cree que el alcohol es
perjudicial. Otra noche, conoce a otros amigos en común y fuma un
porro. La policía le detiene y al ser adulta pasará una muy
desagradable noche en comisaría. Mucho machismo, transfobia y
racismo explícito en los cuerpos de seguridad, creía que era un
tópico pero comprueba que no. Nada le parece agradable pero no le da
importancia. Lo que se le quedó de la noche fue una chica que cuando
le dijo que se llamaba Ángela -esa gente si que tenía actitudes más
agradables: no le interrumpían cuando hablaba, parecía que
escuchaban más sus opiniones, no pusieron en tela de juicio que
fuera una mujer “de verdad”- respondió que “¡Como Ángela
Davis!”. Va a la biblioteca, y ante el estupor de la gente viendo
una mujer transexual negra que no roba y que toma prestados los
libros como dice la normativa, conocerá a un chico con quien en
pocos días se acostará. En la misma cama donde acaban de practicar
sexo él le pregunta sobre su identidad transexual y se sorprende
cuando confirma sus dudas, parece triste. Se lo encontrará otra
noche en un local de ocio nocturno y decidirá preguntarle por esa
situación. La conversación empezará a subir de tono y él la
violará.
En
esos días previos a la violación se había informado sobre Angela
Davis y eso le había llevado a interesarse en política. Tras
superar el trauma de la violación, que le supone una recaída en la
depresión, muchos meses después, se decide a volver a la vida
política que estaba a punto de empezar antes del accidente. Esto le
terminará llevando a militar en el movimiento anarquista. Se siente
un poco más a gusto en ese espacio, aunque le sigue costando mucho
tener contacto físico con quién sea. Un dia la polícia entrará
en su ateneo popular y las detendrán a todas. Le acusarán de
terrorismo. La violarán en la cárcel. Saldrá de la cárcel y con
mucha ayuda psicológica intentará curarse. Muchos fármacos aunque
no le gustan porque cuando está bajo el efecto de ellos no puede
leer nada. Pero empieza a encontrar una gustosa calma en ellos.
Angela
se vuelve adicta a los antidepresivos. La gente que se emborrachaba
cada fin de semana no tenía ningún problema. Fumar una vez un porro
la convirtió en una fumeta y casi despojo social además de traerle
problemas con la policía. Ahora es una yonki. Más despojo que
nunca. Los antidepresivos pasaron a ser la peor de las depresiones.
Finalmente gana. Pero no gana ella. Gana el sistema porque Angela se
suicida.
Angela
cometió muchos errores desde el punto de vista del sistema. Nacer
negra, con hábitos alimenticios diferentes, con una sexualidad no
aceptada por el sistema binario, mujer, transexual, ser descubierta
consumiendo drogas que no reportan beneficios económicos a grandes
empresas en vez de el alcohol socialmente tan aceptado, etc… En
definitiva todos estos aspectos diferían de aquello normativo. Lo
normativo, aquello más común en la mayoría. Común porque el
sistema de empresas ha creado unas estructuras de producción y
consumo para ello y por lo tanto todo aquello diferente es un
problema. La publicidad, como queda reflejado en este hipotético
ejemplo, juega un papel importantísimo. La necesidad de aceptación
es innata a la condición humana, pero cuando no está en la mano del
individuo conseguirla, el sistema se encarga de destruir a esa
persona. Por eso el capitalismo es un sistema tan peligroso para la
salud mental.
No
hay solo una Ángela. Ángela es una ficción muy cercana a la
realidad y a muchas realidades. Una simplificación exagerada, pues
le hemos hecho pasar muchos problemas y a veces uno solo de ellos es
suficiente como para terminar con el mismo trágico final.