domingo, 24 de diciembre de 2017

El capitalismo y sus efectos sobre la salud mental

Estamos llegando ya al final de la segunda década del siglo XXI y el mundo es muy diferente de como era en los años 70’. Cuando hablamos de “el mundo” nos referimos a Occidente, una licencia que nos tomaremos en este reportaje, sin olvidar lo injusto del término. Sobre el mundo de la mencionada década de los 70’, dos bloques se disputaban la hegemonía de los mercados, al menos así se cuenta habitualmente en las aulas. Una década que empezaba a encarar el final de la conocida como “Guerra fría” que enfrentaba a Capitalistas y Comunistas.

Dicho episodio, con la victoria de USA sobre la URSS en los varios campos en que se disputaba esa guerra no siempre beligerante, fue muy importante para entender el mundo de hoy en día. La victoria del capitalismo sobre el comunismo significó mucho más que la predominancia de un sistema económico y poderse comer una Big Mac en la plaza roja de Moscú. Los modelos enfrentados no solo eran económicos, de hecho eran, sobre todo ideológicos.

Sin entrar en más detalles históricos ni análisi de los motivos del triunfo, centrémonos en qué significa el capitalismo como concepto y cómo nos afecta. Centrémonos ahora en aspectos conceptuales para poder entrar en los prácticos más adelante. Planteemos una pregunta: ¿Cómo influye el capitalismo en nuestra manera de pensar?

Nos remontamos hasta el siglo XVII para conocer a John Locke. Este pensador británico sentó las bases del liberalismo, doctrina de pensamiento que el capitalismo adoptaría pocos años más tarde. Dicho pensamiento tiene como pilar fundamental las libertades del individuo. Ahí está la palabra clave, en el “individuo”. Dicha concepción del mundo como la suma de individuos y no como la suma de colectivos es algo que ha marcado mucho el mundo. Por eso en el acervo colectivo cuando se habla de enfermedades se suele remitir a casos que conocemos. Por eso es tan habitual (y útil) el uso de ejemplos concretos en reportajes de publicaciones como esta para explicar enfermedades.

La problemática ante esto la plantean autoras como Susana Isoletta en su trabajo hablando de la anorexia como una enfermedad social. Una enfermedad a menudo recurrente en ciertos aparadores mediáticos y que sale a relucir como tema de forma cíclica. Una enfermedad que parece destinada a superar diversas fases de estereotipación. La primera de estas, la de concienciar sobre que se trata de un trastorno mental y no alimenticio parece ya estar llegando a su fin, por eso autoras como Susana han empezado ya con esta segunda fase de desestereotipación. Ella misma habla en concreto sobre anorexia y bulimia como “ritos fallidos de paso a la pubertad”.

Es interesante enlazar aquí con la obra del anarquista Durruti que definía a las cárceles como “cubos de basura de un sistema socioeconómico determinado”. Puede parecer que no hay mucha relación entre estas dos citas pero la hay. La competitividad que tanto fomenta el capitalismo, la necesidad del triunfo, lleva a la destrucción o privación de libertad impuesta a toda aquella persona que no cumpla unos cánones previamente establecidos. Este sistema tiene su máxima expresión en el sistema escolar, como exponía Ken Robinson en aquella famosa charla de TED titulada “Las escuelas matan la creatividad”.

La competitividad, el mito del hombre hecho a sí mismo. Un sistema de pensamiento que hecha raíces en un sistema económico diseñado para favorecer a quien más tiene (como infinidad de autores han demostrado a lo largo de los años, desde Marx hasta muchos contemporáneos de hoy en día) y que se vale de iconos mediáticos para reforzar esa idea. Las masas siguen alabando el éxito empresarial de Amancio Ortega mientras la desigualdad económica en España crece más que nunca. El “Informe de Estado de la Pobreza” de la European Anti Poverty Network (AROPE) cifra en un 22,3% la tasa de pobreza en España sin posibilidades de mejorar esta cifra a corto plazo. Algo que tiene mucho que ver con la salud mental.

Claro que está relacionado. La relación entre salud mental y situación económica está directamente relacionada. No es casualidad que, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 75% de los suicidios se producen en países de ingresos medios y bajos. Tampoco es casualidad que en los últimos años la OMS haya declarado que las enfermedades mentales han crecido como nunca antes, igual que la desigualdad económica. La OMS cifra actualmente que más del 25% de la población sufre alguna enfermedad de salud mental. Este dato, que la misma organización apunta que revela un crecimiento sin precedentes, ya tiene en cuenta los factores de no diagnosticación en la salud mental de décadas atrás, dónde la ansiedad, por ejemplo, no era reconocida como enfermedad, no por eso dejaba de existir.

Si hablamos de no diagnosticación también debemos hablar de sobrediagnosticación. El ya mencionado Ken Robinson explica cómo en la mitad oeste de USA se diagnostica mucho más el Trastorno de Déficit de Atención que en la mitad este. ¿Son los niños de San Francisco menos listos, o más nerviosos, o más alterables que los de Nueva York? No va por ahí la cosa. Nuevamente esto obedece a una lógica capitalista de la productivización del trato humano. La vida en los estados del oeste en USA se rige mucho más bajo el paradigma ultra-liberal de la escuela de Chicago (paradójicamente escuela de un estado del este) y es eso lo que crea la concepción de las enfermedades como “averías”. La deshumanificación que supone el liberalismo que entiende el individuo como un producto, no como un ser parte de un colectivo. Es por eso que esos productos, cuando algo difiere en ellos respecto al modelo que se sigue en la cadena de montaje (en este símil la cadena de montaje son las escuelas, los trabajos, etc.) están estropeados, y son los fármacos las herramientas que nos reparan. Cabe destacar que los fármacos más usados en salud mental suelen ser derivados de las anfetaminas que desestimulan los receptores neuronales para relajar el cerebro y provocar actitudes más apáticas. Actitudes dóciles, de obediencia, que siembran el escenario perfecto para la sumisión ante el patrón, dando así la ventaja al amo frente al esclavo, usando la famosa paradoja de la dialéctica de Hegel.

Esa práctica de bipoder que nace ya con Hegel nos enlaza de nuevo con Sussana Isoletta, pues son las etapas de mayor responsabilidad de toma de decisión -adolescencia y vida adulta- donde más frecuentes son las enfermedades de salud mental. De nuevo, los ritos fallidos de pubertad se presentan como un ingrediente clave en el cóctel que se mezcla con las presiones de la vida laboral, en la mayoría del mundo recordemos, una vida de explotación laboral. De nueve el suicidio termina siendo el símptoma final de los males de la enfermedad del capitalismo. En España, pese a la silenciación mediática que hay, se da un intento de suicidio a cada hora según la revista de Psiquiatría y Salud Mental, pero no existe ningún programa de ámbito nacional de prevención del suicidio.

Por que sí, el suicidio se puede prevenir. Existe en España la Asociación de Investigación por la Prevención del Suicidio, y es esta misma la que denuncia la falta de medidas de salud pública para ello. Porque no olvidemos que pese a vivir en la España de 2017, en teoria en democracia, el liberalismo es la ideología con la que mejor sobreviven ocultos los vestigios fascistas del régimen. Tal y como decía Vladimir Ilic “el liberalismo es el mejor paraguas para el fascismo”. Por eso el suicidio conviene a las altas clases económicas, porque no es un problema suyo, al revés, es la via de limpieza perfecta para una sociedad sumisa, pues aquellos “disidentes” terminan por eliminarse por sí solos. Ante todo esto es importante concebir el suicidio como una enfermedad social, tal y como lo describe Émile Durkheim. El mismo Durkheim observó como las comunidades judías de francia de medianos y finales del siglo XIX, con mayor cohesión y responsabilidad social tenían muchos menos suicidios que las comunidades católicas. Además las católicas tenían también menos suicidios que las comunidades protestantes, que recordamos, elimina intermediarios y individualiza el contacto con Dios. Una vez más sale a relucir el individualismo como clave en la salud mental. Foucault también apuntaba como el sistema capitalista tiende a aislar al trabajador en su hogar, incluso una vez en casa aislarse en el cuarto, por lo que está más que demostrado como el capitalismo está destinado a dividir a la sociedad.

Esta sociedad capitalista, que ya hemos definido como individualista, tiene en el consumismo y materialismo otros de sus pilares. De nuevo la máxima expresión de estos fundamentos la encontramos en adolescencia, donde la necesidad de pertenencia a un grupo se ha traducido en una alineación al más alto nivel. En gustos musicales, formas de vestir, modos de ocio y demás, la adolescencia es cuando más actúa en función de ese deseo de pertenencia a un colectivo.

La literatura que expone que el capitalismo es un sistema económico que causa serios perjuicios en la salud mental de la población es aún más extensa que la que hemos visto. Vayamos a poner un ejemplo. Hagamos un ejercicio de imaginación y para eso vamos a dar vida en nuestras cabezas a Pedro.

Pedro nació en un humilde y céntrico barrio de Barcelona, el Raval. Pedro es negro. Cuando empezaba a razonar a Pedro le parecía curioso que se refirieran a él como “de color”, pues los blancos también son de color blanco. La madre y el padre de Pedro decidieron educarle en los valores que mejor consideraron, por eso Pedro ha creció siendo educado en el amor a los animales y a la naturaleza siendo vegano. Eso nunca le ha supuesto ningún problema de salud física, en ese campo siempre ha crecido sano, su dieta no ha significado ningún problema en ese aspecto. Con unos poquitos años y con el constante bombardeo publicitario a Pedro le parece curiosos ver que hay muy poca gente en los anuncios y que salga por la tele con su color de piel. Además en los anuncios de comida hay mucha carne y a gente se la come y les sienta bien. Cuando empieza a ir a restaurantes con amigos, tiene problemas para encontrar algo en el menú que le apetezca, pues cree firmemente en los valores que propone la postura ética y política del veganismo. Además, con pocos años empezó a escuchar comentarios en tono de burla sobre lo que comía, aunque no le molestaban ni la mitad que las actitudes racistas ante las que se había encontrado muchas veces. En la escuela no se termina de sentir cómodo con muchas actitudes del grupo de chicos que tiene como amigos. Tampoco le gusta hacer gala de fuerza física en juegos como el fútbol.

Aquí encontramos ya dos factores por los que Pedro se siente diferenciado del resto. El primero, el consumo de comida que la mayoría de gente hace sin preguntarse de donde viene lo que comen, simplemente ven ofertas de hamburguesas de franquicias que son grandes multinacionales y la gente las consume sin preguntarse si los animales han tenido una vida digna, y si alguna vez saca el tema a nadie le importa lo suficiente. Además, ha tenido que escuchar muchas veces calificativos como “mono”, soportar tópicos como “cuando crezcas tendrás el pene muy grande que suerte” y demás comentarios racistas. Aunque estos comentarios no sean de la mayoría de la gente a él le afectan pues no llega a entender como puede molestarle a alguien el color de su piel. Pedro se sale de los cánones de normalidad y de consumo de la sociedad moderna y eso le convierte en alguien con algunas dificultades.

Cuando crece un poco y empieza a entrar en la pubertad empieza fijarse en las chicas. Sale algunas noches y, mientras se ríe con bromas del tipo “entre la oscuridad solo te veo los dientes” por no perder el tiempo discutiendo, se besa con chicas y se va a la cama con una. Empieza a descubrir la sexualidad de su cuerpo y le gusa la experiencia. Un día, también en una discoteca donde algunas personas agarran más fuerte sus pertenencias porque creen que les robará aunque nunca ha hecho nada parecido a robar, liga con un chico y tras acostarse con él concluye que también le gustan los chicos. Cuando lo comenta con amigos a todos les parece raro. En las novelas que ha leído y las series y películas que ha visto no hay nadie que le gusten hombres y mujeres. Cierto es que en las películas antiguas que había visto casi no aparecía nada parecido a la homosexualidad, pero en las modernas sí.

Esta confusión se le da porque la sociedad ha evolucionado desde la absoluta homofobia en la que antes estaba sumida hasta un punto donde se ha podido aceptar la binariedad sexual hetero-homo, incluso llegando a crear una marca gay con productos, ropas, referentes icónicos, etc. Pedro ve esos referentes de masculinidad homosexual con cuerpos de renacentista perfección en carrozas del orgullo gay en imágenes de televisión y termina por adoptarlos como referentes. Por eso se apunta a un gimnasio.

En el gimnasio consigue dar algo más de definición a sus músculos pero no es suficiente. Por una vez tiene la oportunidad de encajar en lo que ve y siente la necesidad de conseguirlo. Por eso deja de desayunar y reduce la cantidad de las cenas a una pieza de fruta. A todo esto, ha notado como algunos amigos y amigas se han distanciado un poco de él cuando ha hablado abiertamente de su sexualidad, tal vez el físico sea una oportunidad para volver a gustar a la gente. Empieza a estar triste, no duerme por las noches y duerme hasta tarde por las mañanas. Eso le perjudica en el bachillerato, al que le ha costado un par de años de más llegar porque no es muy bueno memorizando cosas. El baile, que se le daba muy bien, solo le valía para una nota de educación física que era insuficiente para pasar los cursos al ritmo habitual. Finalmente le diagnostican una depresión, pues no le gusta estudiar pero se había metido en unos estudios postobligatorios que le garantizarían el acceso a la universidad para poder tener un trabajo muy bien remunerado. Al menos eso reflejaban las series de instituto americanas dobladas que emitían las televisiones comerciales. Pedro sale de la depresión después de dos años, con ayuda de medicación. Recuerda como le era imposible concentrarse mucho tiempo en algo concreto cuando se estaba medicando. Ha ganado algo de peso por la medicación, así que se vuelve a proponer ir al gimnasio.
En el gimnasio vuelve a moldear su cuerpo poco a poco. Demasiado poco a poco, se ve en el espejo y no se gusta porque no se parece a los cuerpos de los futbolistas cuando se quitan las camiseta, así que vuelve a restringirse algunas comidas. En los vestuarios sigue sin sentirse nada cómodo con muchas de las actitudes de los otros hombres, que constantemente le hacen comentarios sobre su miembro viril combinados con el color de este. No está llegando a gustarse lo suficiente y empieza a vomitar algunas comidas. Pedro cae en una anorexia. Pasará tiempo ingresado, pues al tener tendencias depresivas es un caso complicado. Pero se curará. Se curará él, la sociedad seguirá igual.

En el transcurso del tratamiento ha descubierto algo muy importante. Nunca se llegó a gustar a sí mismo porque se ve en el espejo como un hombre pero se siente una mujer. Esto es una gran revelación para Pedro que tras unas hormonas y unas larguísimas gestiones administrativas cambiará su nombre por Ángela. Siempre había sido una mujer pero nadie, ni ella misma, se había dado cuenta de ello porque tenía un pene entre las piernas. Cuando consigue pasar por quirófano se ve mejor. Se siente mucho mejor. Se ve y se siente mejor consigo misma, con la gente que sigue agarrando sus pertenencias cuando pasa cerca, le llama prostituta de distintas maneras -todas peyorativas- y cuando en entrevistas de trabajo donde casi nunca consigue el puesto parece que importa mucho no solo si es una mujer, a menudo necesitan verificar que es una mujer “de verdad” por aquello que según lleva siglos diciendo la iglesia católica hace mujeres a las mujeres, tener hijos biológicos.

Ángela sigue desencajando y generando incomodidad solo con su presencia. Nunca llega a acostumbrarse pero consigue sobrellevarlo. Mantiene un amigo de la adolescencia. Un día va a una fiesta con esos amigos a la zona alta de la ciudad. Nunca pensó que con tan pocos kilómetros de diferencia podría haber mundos tan diferentes. La gente habla de cosas que por el dinero que cuestan ella nunca se ha llegado ni siquiera a plantear. La gente se emborracha mucho, toma mucho alcohol y alardea de ello. Ella solo toma una copa, cree que el alcohol es perjudicial. Otra noche, conoce a otros amigos en común y fuma un porro. La policía le detiene y al ser adulta pasará una muy desagradable noche en comisaría. Mucho machismo, transfobia y racismo explícito en los cuerpos de seguridad, creía que era un tópico pero comprueba que no. Nada le parece agradable pero no le da importancia. Lo que se le quedó de la noche fue una chica que cuando le dijo que se llamaba Ángela -esa gente si que tenía actitudes más agradables: no le interrumpían cuando hablaba, parecía que escuchaban más sus opiniones, no pusieron en tela de juicio que fuera una mujer “de verdad”- respondió que “¡Como Ángela Davis!”. Va a la biblioteca, y ante el estupor de la gente viendo una mujer transexual negra que no roba y que toma prestados los libros como dice la normativa, conocerá a un chico con quien en pocos días se acostará. En la misma cama donde acaban de practicar sexo él le pregunta sobre su identidad transexual y se sorprende cuando confirma sus dudas, parece triste. Se lo encontrará otra noche en un local de ocio nocturno y decidirá preguntarle por esa situación. La conversación empezará a subir de tono y él la violará.

En esos días previos a la violación se había informado sobre Angela Davis y eso le había llevado a interesarse en política. Tras superar el trauma de la violación, que le supone una recaída en la depresión, muchos meses después, se decide a volver a la vida política que estaba a punto de empezar antes del accidente. Esto le terminará llevando a militar en el movimiento anarquista. Se siente un poco más a gusto en ese espacio, aunque le sigue costando mucho tener contacto físico con quién sea. Un dia la polícia entrará en su ateneo popular y las detendrán a todas. Le acusarán de terrorismo. La violarán en la cárcel. Saldrá de la cárcel y con mucha ayuda psicológica intentará curarse. Muchos fármacos aunque no le gustan porque cuando está bajo el efecto de ellos no puede leer nada. Pero empieza a encontrar una gustosa calma en ellos.

Angela se vuelve adicta a los antidepresivos. La gente que se emborrachaba cada fin de semana no tenía ningún problema. Fumar una vez un porro la convirtió en una fumeta y casi despojo social además de traerle problemas con la policía. Ahora es una yonki. Más despojo que nunca. Los antidepresivos pasaron a ser la peor de las depresiones. Finalmente gana. Pero no gana ella. Gana el sistema porque Angela se suicida.

Angela cometió muchos errores desde el punto de vista del sistema. Nacer negra, con hábitos alimenticios diferentes, con una sexualidad no aceptada por el sistema binario, mujer, transexual, ser descubierta consumiendo drogas que no reportan beneficios económicos a grandes empresas en vez de el alcohol socialmente tan aceptado, etc… En definitiva todos estos aspectos diferían de aquello normativo. Lo normativo, aquello más común en la mayoría. Común porque el sistema de empresas ha creado unas estructuras de producción y consumo para ello y por lo tanto todo aquello diferente es un problema. La publicidad, como queda reflejado en este hipotético ejemplo, juega un papel importantísimo. La necesidad de aceptación es innata a la condición humana, pero cuando no está en la mano del individuo conseguirla, el sistema se encarga de destruir a esa persona. Por eso el capitalismo es un sistema tan peligroso para la salud mental.


No hay solo una Ángela. Ángela es una ficción muy cercana a la realidad y a muchas realidades. Una simplificación exagerada, pues le hemos hecho pasar muchos problemas y a veces uno solo de ellos es suficiente como para terminar con el mismo trágico final.