El conflicto de Negordih
-¿Qué triste que puede llegar a ser la vida con un solo
electrón!- Le dijo un átomo de hidrogeno a un átomo de neón.
-¡Pero qué dices!- Le respondió el átomo de neón- ¿Tú tienes
una vida llena de emociones, te puedes enlazar con otros átomos, ganar
electrones, perderlos, o incluso compartirlos! Yo sí que tengo una vida
aburrida, que no puedo relacionarme con nadie, y necesito una sesión de masaje
cada vez que quiero cambiar de estado, ya que me agota tanto como si hubiese
querido arrancar un protón de tu núcleo. ¡No hay nada más triste que estar
dentro de un grupo al que denominan los inertes!
-Pues vaya... aquí si que me has dejado tieso... Pero no
pienses que todo es tan divertido, los otros átomos solo te quieren por los
electrones, van a lo que van, sin miramientos, y no te valoran cómo a un
elemento sino que quieren el electrón y luego cuando te los cruzas por un
laboratorio o lo que sea te ignoran.
Así eran la mayoría de las conversaciones entre Negordih y
Oen. Se llamaban así entre ellos porque sentían que aun siendo aparentemente
igual que los otros átomos tenían alguna cosa diferente, por eso se llamaban
entre ellos por sus nombres del revés.
Un buen día, Negordih paseaba por un tubo de ensayo que esperaba
para ser limpiado. De repente vio emerger de debajo de un poco de polvo alguien
de una belleza admirable, casi tan bello como él mismo, pero que digo casi, era
un átomo de hidrogeno igual que él. El amor surgió entre los dos sin que nada
pudiera quebrantarlo. Estaban viviendo un amor de película enlazados hasta la eternidad,
compartiendo, intercambiando electrones a todas horas en todos los sitios, y
con una fogosidad digna de mandriles en celo. Todo parecía perfecto hasta que
un día su nueva pareja le confesó la verdad; no era un átomo de hidrógeno, sino
un átomo de helio, pero en una pelea con un anión que quería volver a la
neutralidad perdió uno de sus electrones. Negordih estaba atónito. Toda esa
época de su vida había sido una farsa, era todo mentira, quería desintegrarlo,
pero también quería perdonarle. Estaba en estado de shock. Entonces decidió
llamar a quién estaba seguro que le escucharía, Oen.
La respuesta de Oen solo hizo que provocarle más dolor. Le
dijo que como se atrevía a llamarlo después de haberle ignorado durante tanto tiempo,
que era un sinvergüenza, que le había hecho mucho daño, y que si en algún
momento había sentido algún tipo de atracción hacia él esta ya se había
esfumado del todo. En pocas horas había perdido los dos átomos que más quería.
Se retiró para un congelador a esperar que algún alumno en prácticas
lo quisiera coger para algún experimento juntamente con otros que parecían
exactamente igual que él, pero no lo eran. Se sentía solo entre la multitud.
Un día escuchó como unos compañeros de probeta conversaban
sobre una historia de un ex residente, que había estado entre ellos y que había
marchado para formar algo que se llamaba puente de hidrógeno con un neón y otro
hidrógeno. Solo oírlo volvió a sentir ganas de vivir. Dio tal salto de alegría
que el congelador volcó y todos quedaron esparcidos por el suelo y aprovechó el
momento para irse y no volver por allí nunca más. Sintió que a lo mejor podría
llegar a ser igual de feliz como lo había sido, o más.
Citó a sus dos amantes en un mismo sitio en una cita a
ciegas. Los tres llegaron justo en el mismo instante. No les hicieron falta las
palabras. Sucedió lo que fue el gran cataclismo que dio lugar a lo que ni en
sus mejores sueños podría haber imaginado. No es que fuera feliz, estaba a otro
nivel. Era indescriptible, la única cosa que se le parecía era un espectáculo
de fuegos artificiales dónde cada cohete era más placentero que el anterior
pero menos que el siguiente; y siempre había un siguiente. Todo era perfecto.
Estaba viviendo el sueño de la princesa que al besar al sapo éste se convierte
en príncipe, estaba más alegre que un deportista cuando se proclama campeón del
mundo, tan jubiloso como una madre que ve su hijo recién nacido, tan satisfecho
como un chef al que otorgan una estrella michelín, tan contento como la suma de
la alegría de un equipo al ganar elevada al cubo. Tan contento como el que
asume el máximo de la vida a la que optaba, y era precisamente esto lo que
había conseguido.