Escribo ya desde la habitación del hotel. Bonito hotel, las fotos no engañaban. Los vuelos han ido bien, nada reseñable (solo la actitud penosa de un equipo de fútbol que deberían ser juveniles hacia las azafatas, vergonzoso, pero eso es otra historia). El taxi nos esperaba a mi y a mi compañera de viaje Anna en el aeropuerto, modesta infraestructura, a la hora prevista (20:20) con un cartel imprimido con mi nombre y la dirección del hotel <<Jaume Martín, Skala Skamineas>>.
"No taximeter sixty euros. I little english" fueron las palabras del conductor que nos haría la hora de camino en taxi hasta el hotel. Carretera junto al mar y atravesando el puerto de la capital Mytilini, tal como nos había previsto el sabio Google Maps. Llegado el final de la ciudad la carretera tuerce hacia el interior de la isla. asfalto viejo pero no en mal estado. Típica carretera de isla mediterrania de doble sentido con bastantes curvas, aunque por suerte esta vez no he tenido que temer por mi vida como alguna vez me había sucedido en anteriores experiencias con taxistas isleños.
Cruzando una pequeña localidad el taxista se detiene enfrente de un supermercado. "Moment" dice, gesticulando con la mano abierta. Se baja del taxi sin siquiera apagar el motor ni cerrar la puerta, pero con mucha calma. Saluda con evidente rutinariedad a un hombre que está barriendo la calle enfrente al supermercado y entran juntos. Tras algo menos de un minuto el taxista sale del local con 4 cajetillas de cigarros en la mano, nos las muestra y con una amable sonrisa constata: "cigarrettes". Iba a por tabaco, seguimos la marcha.
Un giro a derechas cerrado con pronunciada pendiente nos lleva a un desvío que empieza con un cartel: Skamineas -10. Antes de una curva de izquierdas digna del Rally de la Toscana que el "seminuevo" Mercedes clase E tomaría con aplomo (¿cuantas veces la habría tomado ese coche en los más de 46.000km que decía su panel que había recorrido?), el taxista señala a la derecha y dice "camp". "¿De fútbol?" pienso como buen español. Obviamente no, de refugiados. Vallas, dos tiendas de campaña y la luz de dos farolillos. Rápida e insuficiente visión.
La carretera sigue curveando y empiezan a abundar los coches viejos aparcados en las zonas dónde el arcén es más ancho, muchos de ellos pick-up. En un ancha curva sorprende ver descansar un autocar, solitario sin conductor ni nada, nuevo, de color blanco y solo con la parte inferior un poco salpicada de barro. "Skala beautiful" indica el conductor.
Entramos al hotel, no parece haber nadie en la recepción, pero el taxista sabe dónde dirigirse para llamar por su nombre a quien regenta el hotel, un hombre mayor que nos saluda en castellano. No tardamos en descubrir que solo sabe decir la fórmula para recibir clientes en castellano y que su inglés también es "little". No obstante, comparte con el taxista la enorme afabilidad y la ancha sonrisa. Subimos a la habitación, nos conectamos al wifi, mandamos los correspondientes whatsapps a familiares conforme hemos llegado bien y ya va siendo la hora de cenar.
La mesa de la primera cena en el Café Goji |
Nos sentamos en una mesa, y la camarera nos trae una botella de cristal grande reciclada con agua y dos vasos. Fiel a mis ideales, pido el bocadillo especial de la casa. Tomate, calabacín, queso, aceitunas y salsa rosa, con el pan muy tostado. Caliente y fresco a la vez que crujiente y sabroso, buenísimo. Un gato se sube a la falda de Anna buscando comer. Le regalamos alguna carícia, pero muy a mi pesar no te daremos de comer, y con las manos le dejamos en el suelo. Hilo musical de buen rollo, un poquito de reagge primero y la cosa avanza con otro poquito de RHCP. Nos gustaría alargar la sobremesa pero hay que ir para el hotel, de dónde tras una ducha, saldrán estas líneas.
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