Entonces, coger un tren de varias horas entre mirar por a ventana y charlar banalmente con el compañero de viaje hasta la capital de estado español solo por un concierto debe significar algo. "El que conduce el tren con lo largo que es el viaje no le da tiempo a volver a casa en la misma jornada laboral, pobre tío". Sí, así de básico pienso cuando no me esfuerzo en ello. ¿Qué, o más bien quién, me lleva a un viaje tan alejado de mi habitual comodidad? Añadiendo además una vuelta en autobús sin pasar por el catre cuánto menos desagradable y el perder una noche de las fiestas del barrio, renunciando así a la única liturgia que considero sagrada. Íbamos por el trap, y nada más trap que adquirir expresamente las ropas menos trap posibles para la ocasión. Cartera, móvil, mechero, virginia, una rebequita y nada más.
Todo por él, solo por el que mil nombres tiene: el seco, Fernadito kit kat, el del medio de la pxxr gvng, Fernando Gálvez o Yung Beef. Tal vez fuera por un festival entero de una noche y no solo por él, pero sí era solo por él. El último del cartel, con el seco (valga la redundancia) frío de un amanecer de septiembre en Móstoles. El beef de For fri con Puchito había sido apenas un mes antes. Puchito había actuado antes en el mismo escenario, jugando en casa, rodeado de ese especimen que le encanta tirarse el rollo con eso de "Ahora está bien pero Crema era mejor"; y encima con el cheet de Dellafuente saliendo contigo al escenario.
Puchito nunca fue santo de mi devoción, pero allí estaba en su concierto. Vivido como un flashback anticipado, viéndome a mi mismo queriendo pasar el concierto lo más tranquilo posible para guardar energía para el final (Natos y Waor se encargaron de que la misión fuera fallida). Pero vaya, justo enfrente nuestro tuvo a bien situarse un equipo de baloncesto masculino de Madrid. El típico equipo de baloncesto madrileño odioso sí, pero encima altos y tapándome toda visión del escenario. Mi venganza fue un plan en diferido ejecutado a la perfección, con suma delicadeza y la normalidad que siempre garantiza el éxito en toda travesura. Decidí agotar todo el tabaco en ese concierto, por mala suerte del alero-pívot de enfrente mío que aquella noche optó por un outfit con capucha. Que bien lo hizo la capucha, se portó a las mil maravillas, como si llevara toda la vida haciendo de cenicero. El corazón de mi acompañante no se calmó hasta una hora después, en ningún momento le hizo gracia la insensatez de semejante acción tan lejos de casa. Sonaba el "¿Quién trabaja para mi?" que encendió al público que tenia claro a su favorito del duelo.
Al fin llegó lo que esperábamos ¿Haría alguna referencia? Él lo ha hecho. En ese momento entendí lo que era el Hype. Nervios, literalmente nervios antes de que todo empezara. Con los primeros rayos de sol, mi siempre cauto amigo, parco en palabras pero sabio en reflexiones, dijo: Observa bien quién nos hemos quedado. Lo mejor de cada casa, que diría mi abuela. "Buena fauna" respondí yo con ironía. El público allí asistente era el reparto perfecto de los dobles de acción de la Pxxr Gvng. No solo era el aspecto, era la cantidad. De decenas de miles en el público, de estar detrás de todo sin apenas ver nada, a estar enfrente con apenas 200 personas. Pero qué 200. Dos centenares de radicales, integristas de trap, que lo iban a dar todo. ¿Crees que dirá algo del C Tangana o no? Pero no da tiempo a responder porque lo haría el mismo Fernando.
Humo, luces, y el altavoz lanza la pregunta clara y original: ¿Quién se folla a tu bitch? Respuesta automática, de memoria, y nadie se olvida de chillarla a pleno pulmón ¡Yung Beeeeef! ¿Sabéis porque la respuesta no fue "como un resorte"? Porque repetir la misma metáfora dos veces muy seguidas en un mismo texto indica pobreza retórica y el resorte fue el de El Seco para saltar de escenario a los brazos del público en el segundo 1 de concierto. Ya había ganado el beef, y jugando en casa del rival.
Solo lo sabemos unos 200, cierto. Pero somos los que le sostuvimos entre nuestros brazos casi todo el concierto. De golpe el público aumentó un 25% en un solo instante, pero porque el escenario de llenó de su gente. No de artistas invitados, ni coristas, ni coreográfas profesionales. Si hicieras el ejercicio de llevarte a gente de tu círculo a un concierto sin límites, pues esa gente para Fernando Gálvez. Sus amigos en el escenario, lo que le sostienen, y el show en la pista de baile, con su público, también su gente.
De ahí el título querida lectora. Eso no es trap, no. Trap es otra cosa, un tatuaje de una cruz en la frente por ejemplo, ya lo hablaremos otro día. Esto es puro Rock’n’Roll. Ni Duki, ni Postmaloe, ni Mdmoney, ni Rihanna. La última Rockstar nunca se nombraría así a si mismo, por eso la última Rockstar es Yung Beef. Por su obra y por lo que no es su obra. Por sus temas, por sus tweets y por crear un sello para, adoptando el argot que toca, follarse a la industria.
¿Sabes por qué más? Porque realmente no da para tanto. Porque probablemente hablar del modelo de nueva masculinidad por la imagen de paternidad alternativo al clásico heteronormativo patriarcal que propone Yung Beef es, sin ningún tipo de duda, sobreanalizar y fliparse. Pero por eso. No hay un cantante sobre el escenario, hay una figura, una sombra de explosivos movimientos reptilianos, que remueve cosas. Desafía prejuicios a la vez que los cumple. Plantea cosas y dudas con sus maneras, casi solo existiendo.
Podríamos citar otros motivos secundarios por los que realmente es un rockstar. No gusta al público general pero es generalmente conocido sin ser invitado a grandes foros por norma general, tiene mil nombres, es infinitamente reprobable y magnético, etc. Pero al final, háganme caso. Lo que le convierte en la última Rockstar es el remover y plantear casi sin querer.
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